martes, noviembre 01, 2005

la argentina polvorienta

No quiero saber el asco que sería ese bigote, Georges

Serán cita inicial de algún capítulo de mi tesis estos párrafos de Clemenceau en su La Argentina del Centenario (sí, Georges Clemenceau, el que una década después firmaría el Tratado de Versalles). De paso sumo media página con Garamond 12 double space:
En Rosario no estamos todavía separados de la vida de Buenos Aires. Hoy, el trayecto de una a otra capital (300 kilómetros) se hace en cinco horas. El suplemento del recorrido que nos pondrá en la ciudad de Tucumán, a 1.100 kilómetros, nos dará la sensación de un cambio de comarca.

El polvo argentino

Al despertar por la mañana, y con un bello sol, mi primer descubrimiento fue que viajábamos en medio de una nube de polvo que oponía a la vista una barrera impenetrable. Con una amabilidad que jamás agradeceré bastante, el presidente de la República, Figueroa Alcorta, se dignó ofrecerme su propio vagón para hacer mi viaje más cómodo. Dormí bien en una excelente cama y con ventanas cuidadosamente cerradas con cortinillas. Pero el polvo argentino no conoce obstáculos. De aquí que la palabra de la Biblia, que nos predice que volveremos al polvo, me pareciese cumplida en este país. Mi magnífico dormitorio, mi lujoso tocador con su ducha, mis efectos, mi equipaje y yo mismo, estábamos enterrados bajo un espeso velo de fino polvo rojo, siniestro de ver, pero más enojoso aun de respirar.

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